martes, 12 de febrero de 2013

Reflexiones de un domingo

Por más que lo evito ya no puedo, y luego pienso, es mejor no pedirlo porque se me puede hacer realidad. Me refiero a escribir, quizá eso pueda significar el porqué me duelen tanto los dedos cuando me despierto y no sea precisamente artritis sino esa necedad de querer documentarlo todo y de querer interpretarlo todo. 

Me despierto todos los días y reviso desesperadamente un teclado, el de el celular, el de la computadora, miro un lápiz, una de mis múltiples libretas y siempre, siempre quiero escribir algo, quiero escribir el sueño, quiero escribir el deseo del día o simplemente quiero decirle a alguien que lo quiero y que deseo verlo cerca de mi mi. 

Pasan las horas, miro como siempre el techo blanco y la pared roja, ese contraste tan raro en el que habito y en el que desenvuelvo tan fácilmente todos los días. 

Luego me levanto, siempre desayuno rico, siempre mi café, ese aroma que me de la certeza de sentirme viva y de disfrutar ese sabor tan agradable a mis sentido que sólo me envuelven como si fuera un abrazo cálido por la mañana aunque de por sí sea una mañana calurosa. 

Generalmente me doy un baño con agua fría, esa que sirve para recapacitar y pensar en un mundo real, en un mundo de obligaciones y compromisos por atender, esa necesidad de estar firme y que no se note el dolor o la mala noche, que no se note el desvelo o que he llorado. 

Manejo sin músico, ah!! cómo odio no estar con música, odio el silencio, odio el ruido del tráfico y siempre he dicho que prefiero la calma y el silencio de alguna montaña. Quizá sea eso lo que me haga falta, esa sensación de inmensidad ante algo que no puedo dominar y que no puedo escalar. 

Si, quizá sea muy dura conmigo misma, quizá esté perdiendo el control, pero insisto quizá sólo me estén ganando las ganas de salir de mi famosa zona de confort. 


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